NIÑOS INVISIBLES
Por Handry Santana
La faena diaria nos aleja, nos aparta del entorno y hasta llega a robarnos la sensibilidad. Estamos tan centrados en el trabajo que podemos olvidar que alguien espera una mirada o un saludo, tan simple como eso, para tener un mejor día.
Desde hace a unos meses veo a diario un niño de unos 10 años que vende maní en las calles donde transito; algunas veces le regalo moneditas y hasta me cuenta episodios de su vida, mientras le reprocho por no estudiar. Es muy joven, pero sus pies descalzos castigados por el calor de las calles, le han hecho madurar en su corto trayecto por una vida oscura heredada de la pobreza y la soledad. Su nombre es “Manuelito”.
Si pudiese compartir la ternura que envuelve su sonrisa, es una mezcla de inocencia y padeceres. Un niño más que no recibe el pan de la enseñanza, mucho menos el pan en su desayuno. Trabaja para llevar comida, dinero y esperanza a su familia. Sus juguetes son utensilios de trabajo, se esconde en los suspiros de la mugre.
La faena diaria nos aleja, nos aparta del entorno y hasta llega a robarnos la sensibilidad. Estamos tan centrados en el trabajo que podemos olvidar que alguien espera una mirada o un saludo, tan simple como eso, para tener un mejor día.
Desde hace a unos meses veo a diario un niño de unos 10 años que vende maní en las calles donde transito; algunas veces le regalo moneditas y hasta me cuenta episodios de su vida, mientras le reprocho por no estudiar. Es muy joven, pero sus pies descalzos castigados por el calor de las calles, le han hecho madurar en su corto trayecto por una vida oscura heredada de la pobreza y la soledad. Su nombre es “Manuelito”.
Si pudiese compartir la ternura que envuelve su sonrisa, es una mezcla de inocencia y padeceres. Un niño más que no recibe el pan de la enseñanza, mucho menos el pan en su desayuno. Trabaja para llevar comida, dinero y esperanza a su familia. Sus juguetes son utensilios de trabajo, se esconde en los suspiros de la mugre.