“EL DIA QUE LLOVIÓ DULCES”
Por Handry Santana
En el barrio, los sueños se empaquetan en las cajas vacías del colmado. Los niños despiertan por los ladridos interminables de perros realengos al estallido de “tiritos”. Anuncian la llegada de una navidad sin juguetes, ni cerdo asado. Al caer la tarde las casetas encienden sus luces parpadeantes, animando las manzanas y uvas que cuelgan como campanas junto a las moscas.
La alegría es tímida y forzada. Los pocos adornos navideños envuelven las columnas del billar y el mostrador de algún bar. La música dominguera se desvanece con el largo apagón, mientras la gente hace filas para ver el cuerpo ensangrentado de Vinicio “el guachi” quien abatido por la traición de su mujer se quitó la vida escuchando “el santo cachón”.
El ritmo no se detiene en un diciembre de poca fortuna y muchos pesares. La carita angelical de Bernardo, al que su abuela bautizó como “Dido”, es un consuelo. Pedirá al Niño Jesús Milagroso una lluvia de dulces que moje de caramelo las calles. Una idea que asaltó su inocencia, mientras aplastado por los más grandes solo pudo tomar una menta al quebrar la piñata en un cumpleaños.
En el barrio, los sueños se empaquetan en las cajas vacías del colmado. Los niños despiertan por los ladridos interminables de perros realengos al estallido de “tiritos”. Anuncian la llegada de una navidad sin juguetes, ni cerdo asado. Al caer la tarde las casetas encienden sus luces parpadeantes, animando las manzanas y uvas que cuelgan como campanas junto a las moscas.
La alegría es tímida y forzada. Los pocos adornos navideños envuelven las columnas del billar y el mostrador de algún bar. La música dominguera se desvanece con el largo apagón, mientras la gente hace filas para ver el cuerpo ensangrentado de Vinicio “el guachi” quien abatido por la traición de su mujer se quitó la vida escuchando “el santo cachón”.
El ritmo no se detiene en un diciembre de poca fortuna y muchos pesares. La carita angelical de Bernardo, al que su abuela bautizó como “Dido”, es un consuelo. Pedirá al Niño Jesús Milagroso una lluvia de dulces que moje de caramelo las calles. Una idea que asaltó su inocencia, mientras aplastado por los más grandes solo pudo tomar una menta al quebrar la piñata en un cumpleaños.