LEYSIMELOCUENTA
CUANDO ERA PEQUEÑO
Por Ley Simé
Para el que no lo sabía. No es una biografía, sino una reseña de mi origen y evolución, para que nuestros jóvenes tengan una idea de que sí se puede, desde cualquier posición social o económica, levantarse y rascar el cielo con sus propias uñas. Y también para aquellos, que con el paso del tiempo, no nos recuerdan o nos han olvidado.
Hijo de Luis Antonio Simé Bueno, alias Belete, hijo de don José Cristino Simé, mi abuelo, señor muy conocido en épocas más anteriores por su honestidad y el respeto que le guardaban todos sus contemporáneos. Vivió en Sibila, justo donde terminaba la calle Máximo Cabral y era dueño de todos los terrenos del entorno y los regaló a sus amigos o conocidos más necesitados. Hoy esos lugares están densamente poblados.
Soy el sexto de una familia de doce hijos, es decir, seis mayores y cinco menores. Teniendo apenas dos años de edad, mi familia se mudó para Santiago Rodríguez. Allí unos años después, conocí a los hijos de don José Peña, maeño, que administraba el Hotel Marién. Y rápidamente hicimos amistad con los más pequeños: Carlos, José Alejandro, Oché y el Chino Peña. Y los demás hermanos: José Miguel, Papucho, Bautista, Guillermo, Memo y también con Doña Ana la madre del clan.
De regreso a Mao, a finales de los cincuenta. Cursé el cuarto de la primaria en la escuela de Los Cajuiles donde conocí a Arístides Gómez, quien también era mi vecino y no nos separamos más, compartiendo siempre la misma aula hasta que terminamos el octavo curso y luego el bachillerato. Fuimos juntos a la universidad y terminamos juntos. También fuimos compañeros de labores, como profesores en el Liceo Secundario Juan de Jesús Reyes.
Cuando apenas tenía nueve o diez años, Como era natural en esa época, me fui al parque con mi caja de limpiar zapatos y allí conocí esta "Pléyade" de jóvenes provenientes de la sociedad Maeña que se reunían en el parque, muchas veces impecablemente vestidos. En poco tiempo, me hicieron sus preferidos para lustrar bien sus zapatos, porque para entonces era un niño activo, comunicativo y alegre. Y ellos se ganaron mi aprecio y admiración por la integridad, humildad y sencillez, que a mi corta edad pude observar en ellos, sobre todo su integración y la ausencia de malicias. Eran amigos de verdad. En su mayoría estudiantes de secundaria, pero de aquellos tiempos. Sus ideas revolucionarias me llamaron mucho la atención. Un revolucionario comparte con todos en igualdad de condiciones. Y cualquiera que venga con el alma en la mano, es bienvenido y aceptado.
Imagínense que podría describir muy bien la procedencia familiar de cada uno de ellos, porque para ya, habíamos hecho amistad con todos. También con los pilares del 1J4, de los que rápidamente nos ganamos el cariño y la confianza. Joseíto Crespo, que antes de decir algo, lo escribía en el aire con su pulgar derecho, también Reyito, Felichín, Monchi, Rafita, Pitifa y Piculín, que era un coloso de la bonanza; siempre que nos veíamos me decía que pasara por el correo a buscar uno que otros regalos.
Una noche clara de plenilunio, me llevó a la parte de atrás del correo y me enseñó una enredadera de ahuyama y me dijo, ven a buscarla que es tuya, cuando crezca. Y entonces no lo volví a ver más, porque se marcharon esa misma noche, hacia destino revolucionario que no pudieron alcanzar. Después lloré de rabia, porque no me lo dijeron, ni me invitaron. Luego tuve noches de insomnios, pensando en ese flaco bonachón y en Reyito, y me dije en mi idea de niño: esos no los conocían, porque se me hacía difícil comprender, que gentes tan buenas pudieran ser eliminadas, así por así. Malditos asesinos.
Aún recuerdo la composición familiar de los Jóvenes de esa época: Comenzando por la calle Duarte, los hijos de Polín Amaro: Cucho, Peché, el Chino y el otro más joven, Santiaguito. Eran jóvenes sencillos, amigables y sociables.
Más adelante, los de Don Vitalino Ferreira: Norman, Alfonso, Fernando, Freddy, Isaías y Miguelito. Aunque estos dos últimos eran menores, igualmente eran y son ejemplos de sencillez y compenetración y amigos de todos.
Miguelín Marrero, los hijos del Dr. Reyes, Yuyú QEPD: Miguel, Billo e Irvin, napoleón, como siempre le llamé. Antes de Yuyú, estaban los hijos de otro Dr. Reyes, Juan e Iván y sus dos lindas hermanas. Y casi llegando al puente de la Duarte, dos adorables, y "refregaos" en Mao: Manito y Lilí. Por lo que es hoy el cerro e’ Marino, el Niño Almonte (Niñazo), junto a los Ferreira y Mone, el de Milet, compañero de pelotas.
Por el oeste, Los Cambrones, hoy Enriquillo, había un buen sector que le llamaban el barrio de los Colones, con los hermanos Siricio, Manueito, Ballet, que no le digo QEPD porque aún lo tengo vivo en mi corazón. Tomás Colón, Masín. "A teizera" decía, cuando terminábamos de rodar la bola por el cuadro, antes de iniciarse el inning. También estaban por ahí cerca: Toño, Miguelito y Juan Agustín Colón, de los cuales les tengo sus comentarios y plato aparte en los subsiguientes reportajes. Deben pagar porque eran muy " bellacos".
Por el lado Este, en el Rincón, Evelio y Papito. Figúrense que a Evelio le hubiesen puesto Evelio Rincón; no afinaba, porque tenía su nombre propio. Esos son cosas de los Papito. Por ese sector había otros jóvenes tertuliaros vistos en el parque. Por la calle Emilio Arté, estaban los hermanos Taveras: Cocolo, que emigró muy joven hacia EU. Juancito y Ningue, cuánto valor humano, cuánta finura y delicadeza en el trato y la compenetración social, es indescriptible. Ningue, te fuiste sin haberme dado un abrazo, como el que lo hiciste, cuando era niño. Paz en el cielo. Los hombres alcanzan la gloria, después de muertos. Tú tuviste cerca de ella en vida.
Por la calle Máximo Cabral, estaban Pipí y su sastrería; los Crespo (Sixto y Frank) y los Tió, con Pedro Jaime y también los Brea con César y Eduardo. Más arriba, Arismendi Bonilla y todas sus bellaquerías. Más un sin número de jóvenes de todos los estratos sociales que daban calor y convergían en el parque Amado Franco Bidó de nuestro querido e inolvidable Mao.
Recuerdo el local del 1J4 que estaba en el desaparecido Cine Jardín, frente al hogar del Dr. Reyes, Yuyú, donde Manolo Tavárez Justo me tomó entre sus brazos y me cargó y sentía la energía de su discurso que vibraba en mi flaquito cuerpo de niño.
Recuerdo también los cuentos de Rico Minier y su romance con la hija del Portugués. Monchi Colón, que después de muchos años, nos contó lo de Diógenes Castellanos, padre de Diogenito, quien viajaba diariamente a Santiago y era la confianza de todos el que tenía que hacer un encargo o compra de telas u otra cosa. Normalmente, a Diógenes le llegaban dos, tres o cinco señoras y le llevaban una muestra de la tela que querían, llevándole una cintica de referencia. Diógenes las ponía en un lugar visible, para no olvidarlas en la mañana siguiente. Un día, como es natural, se les olvidaron las muestras. Cuando ya había pasado de Villa González, se dio cuenta del olvido de las muestras, e iba pensando en la forma de no quedarles mal a sus clientes. Concibió una buena idea. Cuando llegó a Santiago y dejó sus pasajeros en su lugar, se dispuso a buscar las telas encargadas, pero sin muestras. Con su intuición de que esta y aquella se parecían, pedía, dame dos yardas de esa y córtale una "tirita" y me la amarra. Y así les llevó todos los encargos. Unas decían, pero Diógenes esta no era la tela que quería, y él gallardamente decía, pero mira la muestra que me diste. ¡Ah, Mao de mi vida!
Por Ley Simé
Para el que no lo sabía. No es una biografía, sino una reseña de mi origen y evolución, para que nuestros jóvenes tengan una idea de que sí se puede, desde cualquier posición social o económica, levantarse y rascar el cielo con sus propias uñas. Y también para aquellos, que con el paso del tiempo, no nos recuerdan o nos han olvidado.
Hijo de Luis Antonio Simé Bueno, alias Belete, hijo de don José Cristino Simé, mi abuelo, señor muy conocido en épocas más anteriores por su honestidad y el respeto que le guardaban todos sus contemporáneos. Vivió en Sibila, justo donde terminaba la calle Máximo Cabral y era dueño de todos los terrenos del entorno y los regaló a sus amigos o conocidos más necesitados. Hoy esos lugares están densamente poblados.
Soy el sexto de una familia de doce hijos, es decir, seis mayores y cinco menores. Teniendo apenas dos años de edad, mi familia se mudó para Santiago Rodríguez. Allí unos años después, conocí a los hijos de don José Peña, maeño, que administraba el Hotel Marién. Y rápidamente hicimos amistad con los más pequeños: Carlos, José Alejandro, Oché y el Chino Peña. Y los demás hermanos: José Miguel, Papucho, Bautista, Guillermo, Memo y también con Doña Ana la madre del clan.
De regreso a Mao, a finales de los cincuenta. Cursé el cuarto de la primaria en la escuela de Los Cajuiles donde conocí a Arístides Gómez, quien también era mi vecino y no nos separamos más, compartiendo siempre la misma aula hasta que terminamos el octavo curso y luego el bachillerato. Fuimos juntos a la universidad y terminamos juntos. También fuimos compañeros de labores, como profesores en el Liceo Secundario Juan de Jesús Reyes.
Cuando apenas tenía nueve o diez años, Como era natural en esa época, me fui al parque con mi caja de limpiar zapatos y allí conocí esta "Pléyade" de jóvenes provenientes de la sociedad Maeña que se reunían en el parque, muchas veces impecablemente vestidos. En poco tiempo, me hicieron sus preferidos para lustrar bien sus zapatos, porque para entonces era un niño activo, comunicativo y alegre. Y ellos se ganaron mi aprecio y admiración por la integridad, humildad y sencillez, que a mi corta edad pude observar en ellos, sobre todo su integración y la ausencia de malicias. Eran amigos de verdad. En su mayoría estudiantes de secundaria, pero de aquellos tiempos. Sus ideas revolucionarias me llamaron mucho la atención. Un revolucionario comparte con todos en igualdad de condiciones. Y cualquiera que venga con el alma en la mano, es bienvenido y aceptado.
Imagínense que podría describir muy bien la procedencia familiar de cada uno de ellos, porque para ya, habíamos hecho amistad con todos. También con los pilares del 1J4, de los que rápidamente nos ganamos el cariño y la confianza. Joseíto Crespo, que antes de decir algo, lo escribía en el aire con su pulgar derecho, también Reyito, Felichín, Monchi, Rafita, Pitifa y Piculín, que era un coloso de la bonanza; siempre que nos veíamos me decía que pasara por el correo a buscar uno que otros regalos.
Una noche clara de plenilunio, me llevó a la parte de atrás del correo y me enseñó una enredadera de ahuyama y me dijo, ven a buscarla que es tuya, cuando crezca. Y entonces no lo volví a ver más, porque se marcharon esa misma noche, hacia destino revolucionario que no pudieron alcanzar. Después lloré de rabia, porque no me lo dijeron, ni me invitaron. Luego tuve noches de insomnios, pensando en ese flaco bonachón y en Reyito, y me dije en mi idea de niño: esos no los conocían, porque se me hacía difícil comprender, que gentes tan buenas pudieran ser eliminadas, así por así. Malditos asesinos.
Aún recuerdo la composición familiar de los Jóvenes de esa época: Comenzando por la calle Duarte, los hijos de Polín Amaro: Cucho, Peché, el Chino y el otro más joven, Santiaguito. Eran jóvenes sencillos, amigables y sociables.
Más adelante, los de Don Vitalino Ferreira: Norman, Alfonso, Fernando, Freddy, Isaías y Miguelito. Aunque estos dos últimos eran menores, igualmente eran y son ejemplos de sencillez y compenetración y amigos de todos.
Miguelín Marrero, los hijos del Dr. Reyes, Yuyú QEPD: Miguel, Billo e Irvin, napoleón, como siempre le llamé. Antes de Yuyú, estaban los hijos de otro Dr. Reyes, Juan e Iván y sus dos lindas hermanas. Y casi llegando al puente de la Duarte, dos adorables, y "refregaos" en Mao: Manito y Lilí. Por lo que es hoy el cerro e’ Marino, el Niño Almonte (Niñazo), junto a los Ferreira y Mone, el de Milet, compañero de pelotas.
Por el oeste, Los Cambrones, hoy Enriquillo, había un buen sector que le llamaban el barrio de los Colones, con los hermanos Siricio, Manueito, Ballet, que no le digo QEPD porque aún lo tengo vivo en mi corazón. Tomás Colón, Masín. "A teizera" decía, cuando terminábamos de rodar la bola por el cuadro, antes de iniciarse el inning. También estaban por ahí cerca: Toño, Miguelito y Juan Agustín Colón, de los cuales les tengo sus comentarios y plato aparte en los subsiguientes reportajes. Deben pagar porque eran muy " bellacos".
Por el lado Este, en el Rincón, Evelio y Papito. Figúrense que a Evelio le hubiesen puesto Evelio Rincón; no afinaba, porque tenía su nombre propio. Esos son cosas de los Papito. Por ese sector había otros jóvenes tertuliaros vistos en el parque. Por la calle Emilio Arté, estaban los hermanos Taveras: Cocolo, que emigró muy joven hacia EU. Juancito y Ningue, cuánto valor humano, cuánta finura y delicadeza en el trato y la compenetración social, es indescriptible. Ningue, te fuiste sin haberme dado un abrazo, como el que lo hiciste, cuando era niño. Paz en el cielo. Los hombres alcanzan la gloria, después de muertos. Tú tuviste cerca de ella en vida.
Por la calle Máximo Cabral, estaban Pipí y su sastrería; los Crespo (Sixto y Frank) y los Tió, con Pedro Jaime y también los Brea con César y Eduardo. Más arriba, Arismendi Bonilla y todas sus bellaquerías. Más un sin número de jóvenes de todos los estratos sociales que daban calor y convergían en el parque Amado Franco Bidó de nuestro querido e inolvidable Mao.
Recuerdo el local del 1J4 que estaba en el desaparecido Cine Jardín, frente al hogar del Dr. Reyes, Yuyú, donde Manolo Tavárez Justo me tomó entre sus brazos y me cargó y sentía la energía de su discurso que vibraba en mi flaquito cuerpo de niño.
Recuerdo también los cuentos de Rico Minier y su romance con la hija del Portugués. Monchi Colón, que después de muchos años, nos contó lo de Diógenes Castellanos, padre de Diogenito, quien viajaba diariamente a Santiago y era la confianza de todos el que tenía que hacer un encargo o compra de telas u otra cosa. Normalmente, a Diógenes le llegaban dos, tres o cinco señoras y le llevaban una muestra de la tela que querían, llevándole una cintica de referencia. Diógenes las ponía en un lugar visible, para no olvidarlas en la mañana siguiente. Un día, como es natural, se les olvidaron las muestras. Cuando ya había pasado de Villa González, se dio cuenta del olvido de las muestras, e iba pensando en la forma de no quedarles mal a sus clientes. Concibió una buena idea. Cuando llegó a Santiago y dejó sus pasajeros en su lugar, se dispuso a buscar las telas encargadas, pero sin muestras. Con su intuición de que esta y aquella se parecían, pedía, dame dos yardas de esa y córtale una "tirita" y me la amarra. Y así les llevó todos los encargos. Unas decían, pero Diógenes esta no era la tela que quería, y él gallardamente decía, pero mira la muestra que me diste. ¡Ah, Mao de mi vida!